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DE JERUSALEN A BETANIA: CAMINOS DE VIDA CRISTIANA: ESPIRITUALIDAD Y ORACIÓN.


Dice Jesús:
" CUANDO DOS O TRES, ESTEIS REUNIDOS EN MI NOMBRE, ALLÍ ESTARÉ YO".

 

LA ORACIÓN EN NUESTROS CENACULOS.

Actualidad de la Lectio divina o escucha oyente y orante de la Palabra .

En la iglesia hay un método de discernimiento desde la Palabra de Dios , la llamada Lectio divina, que es un modo de orar cuyo objetivo es verse como Dios nos ve y quererse como Él nos quiere. Es un procedimiento 'sapiencial', nace de la experiencia de quienes dedicaron la vida a escuchar a Dios; pone en la Palabra de Dios el criterio para la propia comprensión. Intenta que Dios nos diga quiénes somos para Él y qué es lo que quiere de nosotros.

 “La novedad de la Lectio en el pueblo de Dios requiere una formación iluminada, paciente y continua entre los presbíteros, las personas de vida consagrada y los laicos, de tal manera que se lleguen a compartir las experiencias de Dios provocadas por la Palabra escuchada (collatio). La Palabra de Dios debe ser la primera fuente que inspira la vida espiritual de la comunidad en sus aspectos prácticos como los ejercicios espirituales, los retiros, las devociones y las experiencias religiosas. Importante objetivo (y criterio de autenticidad) es hacer madurar a cada uno en la lectura personal de la Palabra en óptica sapiencial y en vista de un discernimiento cristiano de la realidad, de la capacidad de dar cuenta de la propia esperanza (cf. 1 Pe 3,15) y del testimonio cristiano de la santidad”. (Lineamenta del Sínodo 2008, n 25)

La “Lectio divina” tiene un trazado histórico que se asemeja a un recorrido por la ruta del Karst: después de haber caracterizado un largo tramo de la historia de la espiritualidad –al menos un milenio entero- permaneció invisible por el sobrevenir de una exuberante vegetación que sólo vagamente la recordaba. En su lugar se desarrolló vivamente la meditación en sentido sicológico y afectivo, la oración mental con todas sus metodologías, y todo otro producto por lo demás antropocéntrico y devocional.

Actualmente el método de la lectio divina está abierto a todo creyente; no es del todo fácil, pero tampoco imposible de recorrer. Como todo ejercicio, requiere práctica  y, sobre todo, voluntad de escucha.

Presentamos unas reflexiones sobre la concepción que se tiene hoy de la lectio divina, a la luz de las enseñanzas de los Padres del Desierto.

Los Padres del Desierto nos recuerdan la importancia primordial de la Escritura (nosotros entendemos con la Iglesia que la Escritura es esencialmente Palabra y Palabra proclamada. no un libro.), en la vida del cristiano y la necesidad de dejarse transformar constantemente en el crisol de la Palabra de Dios.

Lo que hoy se llama Lectio divina es presentado como un método de lectura de la Escritura. El método consiste en una lectura lenta y meditativa del texto, una lectura hecha más con el corazón que con la inteligencia, se dice, sin una finalidad práctica, sino simplemente para dejarse impregnar por la Palabra de Dios

Este método, en tanto que método, tiene sus orígenes en el siglo XII y no deja de tener relación con lo que se ha llamado "teología monástica". En esa época la pre-escolástica había desarrollado su método que iba de la Lectio a la quaestio, seguía la disputatio. La reacción de los monjes fue entonces desarrollar su propio método: la Lectio conducía a la meditatio, después a la oratio... y un poco más adelante se añadirá la contemplatio, que se distinguirá de la oratio.

El enfoque de la Escritura que se describe como propio de los Padres del Desierto era en realidad un enfoque que ellos tenían en común con el conjunto del pueblo de Dios.

Mucho más tarde, en la época de la devotio moderna se generaliza la "lectura espiritual", que se toma especial cuidado en diferenciarse netamente de la Lectio divina monástica. Siguiendo la corriente general, la vida espiritual se especializa, se divide en compartimientos estancos.

En la evolución hasta hoy podemos hacernos distintas preguntas. ¿Cómo habría evolucionado la teología de los siglos siguientes si los monjes no hubieran rechazado el método naciente y lo hubieran asimilado como habían sabido asimilar tantos otros antes?. Es verdad que para bien o para mal, una manera llamada monástica de hacer teología se mantuvo en los monasterios y la teología escolástica se desarrolló en las escuelas fuera de los monasterios. En Santo Tomás de Aquino, el nuevo método es utilizado todavía en una perspectiva profundamente contemplativa. En los comentaristas -y los comentaristas de los comentaristas, se irá perdiendo cada vez más.

Lo mismo ocurrió con el estudio de la Escritura. Los monjes habían jugado hasta este momento un papel preponderante en la interpretación y uso de la Escritura, aunque su enfoque no fue esencialmente diferente del que tenía el conjunto del pueblo de Dios. A partir del momento en que, sufriendo (sin darse cuenta de ello) la influencia del nuevo pensamiento, elaboran su propio método de lectura paralelo al de la escolástica, y así existen en la Iglesia dos enfoques de la Escritura completamente distintos: uno que quiere una lectura con el corazón (y que en algunas épocas olvidará a menudo hacer seguir a la inteligencia) y una orientación científica que se desecará cada vez más.

Por otra parte, se debe reconocer que al precisar su propio método de Lectio, los monjes eran ya dependientes de la nueva mentalidad, pre-escolástica, que había creado la necesidad de un método. Los primeros monjes no tenían método, tenían una actitud respecto a la lectura.

Con frecuencia, en el curso de los últimos siglos, los monjes olvidaron su manera propia de leer la Escritura y los Padres y de hacer teología y adoptaron la de todo el mundo. Ha sido, pues, necesario para los monjes de nuestra época, volver a una forma de hacer teología distinta de la de los manuales escolásticos y volver a una manera de leer la Escritura y los Padres distinta de la de la exégesis científica moderna.

Era importante, que el monaquismo redescubriera esta manera de leer la Escritura y esta manera de hacer teología. Pero es preciso ir más lejos: es preciso reconocer que esta manera de leer la Escritura y de hacer teología no tiene nada de específicamente monástico. Es todo el pueblo de Dios quien debe redescubrirla, porque ese fue, en una época, el modo en que todo el pueblo de Dios leía la Escritura y hacía teología.

Falta, sin embargo, dar un paso más. Falta superar la fragmentación de la vida del monje y de los demás cristianos. Falta redescubrir la unidad primitiva perdida a lo largo del camino.

En efecto, si es verdad que se debe celebrar el lugar que ha conquistado la Lectio divina en la vida de los monjes y también en la de muchos cristianos fuera de los monasterios desde hace unos cuarenta años, no es menos verdad que la actitud presente a propósito de esta realidad no está exenta de peligro.

El peligro está en que, frecuentemente, aunque a veces de manera imperceptible, se ha transformado la Lectio en un ejercicio - un ejercicio entre otros, a pesar de que se le considere el más importante de todos. El monje fiel hace una media hora o una hora o incluso más de Lectio al día, y pasa a su lectura espiritual, a sus estudios y a sus demás actividades. Adopta una actitud gratuita de escucha de Dios durante esta media hora y con frecuencia se entrega a las otras actividades durante el resto de la jornada con la misma intensidad, el mismo espíritu de competición, la misma disipación que si no hubiera optado por una vida de oración continua y de búsqueda constante de la presencia de Dios.

No solamente todo eso es totalmente extraño al espíritu de los Padres del Desierto, sino que esta actitud está en contradicción con la naturaleza misma de la lectio divina. Lo esencial en esta, tal como ha sido descrito por sus mejores teóricos, es la actitud interior. Ahora bien, esta actitud no es algo de lo que uno se puede revestir durante media o una hora del día. Se tiene permanentemente o no se tiene. Impregna toda nuestra jornada o el ejercicio que se llama Lectio es un juego vacío.

Dejarse interrogar por Dios, dejarse interpelar por su Palabra, formar, a través de todos los elementos de la jornada, tanto a través del trabajo como a través de los encuentros con los hermanos; tanto a través de la dura ascesis de un trabajo intelectual serio como a través de la celebración litúrgica y de las tensiones normales de la vida diaria- todo esto es terriblemente exigente. Relegar esta actitud de total apertura a un ejercicio privilegiado cuyo sentido mismo es impregnar el resto de nuestra jornada es quizás una manera demasiado fácil de desentenderse de esta exigencia.

Para los Padres del Desierto, leer, meditar, orar, analizar, interpretar, escudriñar, traducir la Escritura - todo esto formaba un bloque inseparable. Habría sido impensable para un Jerónimo considerar que su profundo análisis sobre el texto hebreo de la Escritura para extraerle todos sus matices, no merecía el nombre de Lectio divina.

Es, ciertamente, afortunado que se haya redescubierto la importancia de leer la Palabra de Dios con el corazón, leerla para dejarse transformar. Pero yo creo que es un error hacer de ello un ejercicio, en vez de impregnar de esta actitud los mil y un enfoques que la Escritura.

Más aún, creer que el texto de la Escritura puede alcanzarme en mi vida profunda, interpelarme y transformarme solamente cuando me sitúo ante él totalmente desnudo, sin recurrir a todos los instrumentos que pueden permitirme captarlo en su significación primera, corre el gran riesgo de conducir a una actitud fundamentalista - no rara en nuestros días - o incluso a una falsa mística, también bastante frecuente.

Siendo la tradición monástica una interpretación vivida de la Palabra de Dios, tiene una importancia semejante a la suya, aunque secundaria con relación a ella. Los Padres del Desierto tendían a conceder el mismo poder a la Palabra o el ejemplo de un Anciano transformado por el Espíritu, que a la Palabra de Dios o a un ejemplo bíblico. Pero esta palabra vivida que es la tradición monástica tiene necesidad de ser interpretada y continuamente reinterpretada ella también.

En nuestros días, en las comunidades monásticas y  -muchos cristianos también lo hacen- se ha redescubierto a los Padres. Hay que aplaudir este redescubrimiento. Pero su mensaje, aún más que el de las Escrituras, está envuelto en un contexto cultural que no es, como se acepta demasiado a menudo, la cultura monástica - como si no hubiera más que una - sino el contexto cultural de tal o cual época particular en la que los monjes antiguos han vivido su vocación monástica. Los creyentes en este siglo XXI, debemos  exponernos, sin ningún espíritu crítico, a la gracia transformante que el Espíritu nos transmite; pero no podemos hacerlo más que después de haber desbrozado con un sentido crítico y fiándose el Señor.

Concluimos con una definición más bien breve, sencilla y pedagógica,  propuesta por el cardenal Carlo Maria Martini en una de sus numerosas publicaciones sobre el tema: “La lectio divina es el ejercicio ordenado de la escucha personal de la Palabra”. Propongo, a continuación, un breve análisis de los cinco términos esenciales de la definición: “ejercicio”, “ordenado”, “escucha”, “personal” y “Palabra”.

 

a) Ejercicio tiene que ver con actividad, y la actividad es necesaria para el desarrollo armónico de la persona.

Así como el ejercicio físico es saludable para el cuerpo y el ejercicio intelectual es beneficioso para la mente, la actividad espiritual lo es para el alma. La lectio divina es una de esas actividades que alimentan la vida espiritual de la persona que a ella se entrega.

Practicarla supone una decisión personal, una iniciativa voluntaria que expresa interés por la Palabra de Dios y deseo de acercarse a ella. En otras palabras, la lectio divina es ponerse en camino para avanzar en la vía de la oración y la contemplación, dejándose guiar por el Espíritu y sus inspiraciones.

 

b) El ejercicio de la Lectio es ordenado, es decir, sigue un orden determinado que responde a una dinámica interna que dirige su funcionamiento. Para acercarse a la Palabra de Dios es necesario saber qué es lo que se busca, qué es lo que se desea encontrar, qué camino hay que tomar para alcanzar el objetivo que uno se ha propuesto. No es posible adentrarse en el bosque de la Palabra de cualquier manera, sin preparación, deprisa y corriendo, sin orden ni concierto, pues se corre el riesgo de extraviarse. Sin ese orden, la lectio podría resultar un ejercicio árido, estéril e incluso poco provechoso.

 

c) Escuchar a Dios, que nos habla a través de su Palabra: en eso consiste el ejercicio ordenado de la Lectio. “Escuchar” no es sinónimo de “oír”. Se pueden oír muchas cosas sin prestar atención a ninguna, es decir, sin escucharlas. Escuchar supone una implicación voluntaria por parte del sujeto, un salir de sí mismo para abrirse a la realidad del otro, una disposición a acogerlo y a entablar un diálogo amistoso. La persona que sabe escuchar posee la sabiduría del corazón.

Es alguien que sabe retirarse ante el otro, dejarle espacio, ofrecerle el primer puesto. La escucha de la Palabra de Dios no puede estar supeditada a nuestros intereses u objetivos. No se trata de buscar con afán algo novedoso, sorprendente, o algo que contar a los demás. Al contrario, hay que acallar nuestro ruido interior y pacificar nuestro corazón para escuchar a Dios. Debemos dejar que Dios nos hable en el silencio, sin avasallarle con nuestros problemas, preocupaciones y ruegos incesantes. Avanzar en la vida espiritual significa avanzar en la escucha de Dios y de los demás. Según el prior de Bose, “la escucha es la actitud contemplativa, antiidolátrica por excelencia. Gracias a ella, el cristiano intenta vivir siendo consciente de la presencia de Dios, del Otro que fundamenta el misterio irreducible de toda alteridad. El cristiano vive de la escucha”

 

d) La lectio divina es un ejercicio de escucha personal que puede realizarse a solas y en el ámbito de la comunidad.

No me refiero exclusivamente a las comunidades religiosas, sino también a las parroquiales y a los diversos grupos eclesiales. No se trata de escuchar una homilía, una predicación o una palabra leída en la iglesia, ni tampoco de escuchar una clase o una conferencia sobre la Sagrada Escritura.

La Lectio divina es una escucha personal, nunca individualista, de la Palabra de Dios, que se practica en la comunión eclesial. Decían los antiguos: “Ecclesia tenet et legit librum Scripturarum(“Es la Iglesia la que posee y lee el libro de las Escrituras”).

Hay una fórmula de san Bernardo que expresa muy bien la relación entre comunidad y Lectio divina: “Liber est speculum. Con ella, Bernardo define la comunidad como espejo de la Biblia, y el Libro como espejo de la comunidad. En palabras de Enzo Bianchi, “la comunidad es inseparable de la Escritura, porque el Libro sin la comunidad no es nada y la comunidad no puede subsistir sin el Libro, porque en él encuentra su identidad”.

 

e) El ejercicio consiste en escuchar la Palabra con mayúscula, la Palabra de Dios. Dice el cardenal Martini que en la Lectio divina “es Dios quien habla, es Cristo quien habla, es el Espíritu el que habla”.

A veces, demasiadas veces nos confundimos al considerarnos el Pueblo del Libro, los cristianos no somos "Pueblo del Libro·, sino el "Pueblo de la Palabra·. Desde ella y con ella pretendemos vivir la actitud orante según la Lectio divina en nuestros "Cenáculos de Betania".

 

C. M. Martini, Al alba te buscaré. La escuela de la oración, Verbo Divino,

Estella 1995, p. 52.